Bendito Viernes.
No es que tenga nada en contra del instituto,
obviamente, pero necesito, con urgencia, descansar tras una agotadora y
exasperante semana. Mi incompetente compañero de mesa no ha traído hoy el
libro, costumbre más común de lo que me gustaría, y me toca compartir el mío.
Carezco de paciencia, y odio que invadan mi espacio vital, sobre todo un
adolescente, sudoroso que irradia hormonas por cada poro de su piel. Así que me
aparto casi con descaro todo lo que puedo del libro, hasta casi no ver las
letras, pero la verdad es que no soporto el húmedo aliento del chico, ni su ruidosa
respiración agitada, ni su nervioso movimiento de dedos, que tamborileando,
esperan ansiosos al toque del timbre que anuncie el fin de otra semana.
Ya empiezo a oír a la gente detrás de mí. LA gente
empieza a hacer menos caso aún al profesor que antes, y éste sabe que ya no
puede hacer nada por recuperar su atención, así que comienza a mandar las
actividades. Oigo mezclados los susurros de los planes para el fin de semana y
los de la cuenta atrás del último minuto de instituto. Se van incrementando en
volumen a medida que pasan los segundos. Por el rabillo del ojo distingo a dos
chicas que introducen disimuladamente sus bolígrafos en el estuche, y cierran
éstos con sigilo. “Madre mía” Pongo los ojos en blanco mentalmente. “Ni que
fuérais a aprovechar demasiado el tiempo que pretendéis ahorrar… ” pienso con
ironía.
Desde el otro extremo del aula, Bryst me observa,
pensativo, como de costumbre. Cuando nuestras miradas se cruzan, él me hace
breves y precisas señas, que interpreto como una petición de quedada para hoy.
Va a gesticular algo más, pero una fortísima e imponente sirena lo interrumpe,
seguida de conversaciones a gritos, sillas arrastrándose y pies correteando por
el pasillo. Suspiro, exasperado. Completamente normal a última hora.
Bryst se dirige hacia mí con expresión apremiante,
esquivando alumnos que salen disparados hacia la salida del edificio, como si
se quemaran los pies. Me ayuda a recoger, metiendo los libros en la mochila sin
ningún cuidado, y supongo que lo hace sólo porque quiere salir de aquí lo antes
posible, como todos los demás. Luego, dice:
-Usher, tío, siempre somos los últimos ¡Venga!- Se le
ve genuinamente frustrado, así que me entran ganas de vacilarle. Me echo la
mochila al hombro como si lo hiciera a cámara lenta. Intento disimular una
sonrisa, y Bryst, con impaciencia, me golpea.- ¡Va, enserio, vamos!
Salimos del edificio por unos pasillos ahora
silenciosos y vacíos, y echamos a andar. Bryst se pone la música, como siempre,
y empieza a balancear la cabeza al ritmo de una guitarra eléctrica. Yo me
entretengo mirándolo. Supongo que es una afición rara, pero ya que estamos en
confianza, me permito mirar a mi amigo como no puedo hacerlo al resto de la
gente.
Bryst es algo más alto que yo, pero tiene los brazos
fuertes de un nadador. Su piel es más morena que la mía, y curtida, como si
hubiera pasado demasiadas cosas para ser tan joven. Sus ojos son oscuros, con
un frecuente brillo de determinación, pero, con la misma frecuencia, a veces
también con uno de nostalgia.
Hoy lleva unos pantalones militares y una chaqueta
negra. Supongo que por eso que ahora se lleva tanto… la moda, todas las chicas
andan detrás de él. Pero a Bryst le da más bien igual. De hecho, parece que
hasta le molestara que le siguieran a todas partes. Le comprendo, supongo que
le asquea la superficialidad de las adolescentes.
En su pecho cuelga un pequeño cristal con un brillo
violáceo. Ese cristal que no me deja mirar, pero que atrae mi mirada como un
imán. Una vez más, me pregunto por qué le tendrá tanto apego a un simple
collar, aunque es cierto que encierra una belleza misteriosa… Aparto la mirada
rápidamente.
Yo, sin embargo, llevo mis viejas converse negras,
unos vaqueros rasgados y una sudadera, supongo que como suelo vestir. La verdad
es que poco me importa. No tengo tanta
espalda como él, porque a diferencia de él, yo prefiero hacer deportes en los
que yo pueda controlarme, como correr. Me desestresa salir y correr por los
caminos, disfrutar del silencio, en compañía de mí mismo.
A diferencia de a Bryst, a mí el pelo me cae,
desordenado, por los ojos. Mi pelo es de color negro, y es impeinable. Me salen
puntas descontroladas, disparadas en todas direcciones, lo que hace que parezca
que tengo demasiado pelo. Cuando mi hermana Clyre me ve, suele burlarse con cariño
de mi peinado, comparándome con un gallo, pero después siempre acaba por
abrazarme. No me ofende, por supuesto, porque sé que Clyre sólo bromea para
alegrarme un poco. Ella es la única persona que siempre está ahí, a pesar de
que sabe que nunca le pediré ayuda,
aunque la necesite. Clyre siempre está dispuesta a ayudar a los demás, aunque
eso signifique perjudicarse a sí misma. Y yo no sé cómo advertirle de que
haciendo eso, se vende a los demás.
Ella, a su temprana edad de ocho años, se compromete y se desvive por
hacer felices a los demás, y ya en ocasiones me ha dicho que ella es feliz sólo
cuando los demás también lo son. Me entristezco cuando la oigo decir esto,
porque no puedo evitar ver ante ella un horizonte lleno de amargura y dolor. En
su tiempo libre suelo descubrirla dibujando, o escribiendo poesía, una poesía
dulce y soñadora, como ella. Una poesía que para la vida real sólo será una
presa fácil. A veces pienso que es la única persona que merece la pena, ya que,
a pesar de lo duro que soy, con ella y con todo el mundo, ella siempre intenta
ayudarme y nunca se da por vencida. Por eso admiro su valentía y perseverancia.
Lamentablemente, no hay mucho en lo que parecerme a mi
hermana. Ella es dulce, sensible. Yo encierro mis sentimientos, los comprimo y
nunca los dejo salir, justo al contrario que ella.
El otro día, por ejemplo, mis padres vinieron a
recogerme del instituto en coche porque llovía. Clyre vino corriendo hacia mí y
mis amigos, y después de saludarles cordialmente, le entregó, ruborizada, una
notita de papel a Jack. Después, en el coche, me confesó que lo amaba con la
inocencia del amor de una niña. Yo me reí con amargura. Mi pequeña Clyre,
expresando abiertamente su limpio amor por Jack. Desde luego, yo debería estar
más que loco para hacer semejante locura.
El recuerdo de Jack me arranca de mis pensamientos
-Eh, Bryst- digo, sin obtener respuesta. Mi amigo
canta en silencio una canción, totalmente ausente, en su mundo. Le quito un auricular con más brusquedad que
cuidado y le grito:-¡Bryst!
Hace una mueca de disgusto.
-Tío, no hace falta gritar así.
-¿Dónde están Jack y Connor? ¿No vienen? -Bryst sacude
la cabeza, pero no sé si está respondiéndome o marcando todavía el ritmo de su
música. Arqueo las cejas, inquisitivo, y él me dice:
-Hoy se han ido pronto al Círculo Juvenil.- Devuelvo
la mirada al suelo. Eso lo explica todo. Mis tres amigos están en un grupo
innovador que organiza actividades culturales, a las que he rechazado
innumerables veces a apuntarme.
Por lo que me han dicho, es el típico grupo de gente
que organiza eventos y viajes para jóvenes. Y no me atrae en absoluto.
Cuando quiero darme cuenta, ya hemos llegado a la casa
de Bryst, que, antes de despedirse de mí, dice:
-Quiero que vengas, Usher. No te arrepentirás.-Debe haber
notado que sacudo la cabeza con pesadez, porque insiste.-Una vez, por favor.
Danos una oportunidad.
-Bryst, ¿es que no lo entiendes? Yo no soy así, no
quiero comprometerme. No seas pesado.
-Usher, escúchame bien. Vas a venir, porque te hace
falta, y porque es tu deber unirte al Círculo Experim... - Sacude la cabeza y
rectifica en menos de un segundo.- Y porque es tu deber socializarte.
Elena eres la mejor arranca fuerte esto(jajaja) es increible a mi me ha enganchado totalmente
ResponderEliminarBah, Rocío. No es para tanto, lo sabes. La tuya sí que empieza con pie firme.
EliminarGracias por comentar.
Hola helena!te puedo decir que yo de la rutina me despego leyendo tu blog
ResponderEliminarSigue así hewe!
sabes quien soy?
Gracias por comentar usted, señor anónimo garcía garcía. Me alegro de que gracias a mi blog salga usted un poco de la aburridísima vida cotidiana.
EliminarGracias por comentar
Henne