martes, 15 de septiembre de 2015

Capítulo 8: Búsqueda.


Las siguientes horas son un rumor de teclas, expedientes criminales, pruebas de ADN, el rastro de mis víctimas. Se siente raro, buscarte a ti mismo, supongo. Aunque más bien estoy intentando desviar la investigación. Ver señales donde no las hay, descartar pistas que puedan incriminarme... Es como un juego, disfruto increíblemente. Y lo mejor es que quien me busca con tanta pericia, me tiene atado a su muñeca, trabajando, codo con codo.
Es como una enorme contradicción. Lo que yo hago es deshacer los pasos que él anda, hacer que mire hacia otro lado. Aunque es muy, muy difícil. El condenado podría encontrarme si no estuviera yo para desviarlo.
Mientras borro expedientes de mi PC, la voz de mi padre rompe el silencio:
-¿Qué tal vas, Light?-doy un respingo, y después masajea mis hombros con sus manos, mientras vuelvo a la calma.
-Su hijo es un perfecto investigador, pone tesón y se ve que le interesa la materia.- L habla por mí.
Yo solo callo.
Horas después, seguimos trabajando. Desconozco la hora, pues llevamos todo el día trabajando sin descansar apenas, solo comiendo ligeros snacks de vez en cuando, que nos trae el silencioso y callado mayordomo de L, con el rostro ensombrecido.
Al cabo de un rato más, L se estira como un gato sobre su asiento, en el cual había estado sentado de cunclillas hasta el momento, como encogido, totalmente concentrado... fiándose de mí, sin vigilar lo que yo hago.
Me mira, con el pelo alborotado y un brillo curioso en la mirada, mientras se sujeta el labio con el dedo pulgar.
Como un niño.
Pasan incómodos segundos, evito mirarle, pero no puedo evadir las súbitas imágenes que se suceden en mi cabeza, imágenes de... bueno. Imágenes de cosas que ni siquiera han pasado, pero, no sé por qué, hacen que me ruborice vergonzosamente, y me intente esconder sobre mis hombros. ¿Por qué? ¿Qué me está pasando?
Soy Kira. Soy Kira. Soy Kira, joder.
Contrólate.
Entonces, L deja de mirarme, como satisfecho por mi reacción, y tirando de mi muñeca con las esposas, anuncia ante los demás investigadores, que, cansados, teclean encogidos sobre sus ordenadores.
-¡Señores!- Dice, como en una explosión de locura. –Acercaos, acercaos. – Repite, de nuevo, como en su mundo, con una voz tranquila.
El grupo de ojerosos investigadores , callados, se reúnen sorprendidos alrededor de L, expectantes. Yo, no con menos curiosidad, me acerco también, aunque procuro no mirar a L a los ojos en ningún momento, aún con la cara oculta entre el pelo.
L, agazapado, nos mira uno a uno, como siempre, examinándonos, con una media sonrisa sádica, y los ojos... los ojos cada vez más oscuros.
-Hay dos opciones. –Dice con voz alta y clara. Y deja pasar unos segundos de silencio.
Agarro la silla con las uñas y me muerdo los labios. Cómo disfruta esto, el mamón.
Deja escapar una risita, y continúa hablando.
-Lo primero que os mandé buscar era información sobre los asesinados. ¿Recordáis? Presidiarios que tienen algo en común. Que han sido televisados. ¿Qué significa esto? Que Kira los conoce por medio de la televisión... e investigando un poco más, vemos que algunos de ellos solo han sido televisados en... -deja un segundo de tensión. Mi calma desaparece. Su sonrisa se ensancha, y su rostro se ensombrece aún más.-Japón. Esto significa, que Kira es japonés.
Una gota de sudor frío recorre mi frente. Mierda, mierda, ¿Cómo he podido ser tan descuidado? Debo arreglarlo inmediatamente. Mi mente empieza a maquinar, mientras un tic nervioso hace que empiece a tamborilear con los dedos de las manos en la silla. Arreglaré esto cuando tenga a mano la Death Note. Esta noche, si es posible.
Kira, contrólate.
Los demás investigadores siguen su razonamiento con admiración. Mi cerco se estrecha, ahora me buscarán en mi país. Esto no va bien, pero aun así, impediré que lleguen más lejos.
-Siguiendo con el proceso de eliminación... -sigue L, tras un susurro de sorpresa y admiración por parte del resto del grupo.--Según el horario en el que se han sucedido la mayoría de muertes, todas entre las 4 p.m y las 10 p.m, nuestro Kira solo ejerce por la tarde ¿Por qué no por la mañana? Porque está ocupado. Y revisando los horarios laborales más comunes en Japón, apenas ninguno coincide con las "horas libres para matar" de nuestro asesino. Sigamos pues. ¿Qué clase de persona querría matar a los criminales? ¿Alguien con una visión distorsionada de un mundo mejor? Alguien con una clase de esperanza, alguien soñador.
Los investigadores le miran, perdidos. Yo... yo solo escucho, conteniendo la respiración.
-¿Y qué personas japonesas son soñadoras, trabajadoras y tienen un horario de mañana? –plantea L, cuidadosamente, con una voz completamente enloquecida pero silenciosa, con una sonrisa que no se molesta en ocultar, como si visualizara a su presa, justo delante de él, sin escapatoria, al alcance de su mano. Como si supiera quién es Kira. –fácil, compañeros. Kira es un estudiante universitario japonés.
Y pasan unos segundos hasta que los demás atamos cabos.
El grupo de investigadores estalla de júbilo y comienza a alabar a L, a elogiarlo, mientras él, distraído, disfruta de su desmesurado avance en la investigación.
Yo... yo apenas puedo creerlo. Noto tirones desde las esposas, pero hay un caos mil veces mayor dentro de mí.
Siento que el mundo se me viene encima. Dios mío, no puedo creerlo, debo desviar la investigación, debo decir algo... No, ahora no. Se me está yendo de las manos, estoy perdiendo el control sobre mi poder, y sobre mí mismo. Jamás me había invadido tal sensación de miedo, ira, impotencia... siento que voy en picado y que no tengo forma de frenar.
Mente fría, Kira. Esto no es un juego, piensa con claridad, eres un asesino. No, no, eres un justiciero, eres... un libertador... Eres Dios, Kira.
Soy Dios.
No deben encontrarme.
No pueden encontrarme.
Soy Kira, soy Dios.

miércoles, 3 de junio de 2015

Arte.

Ella era.
el café, el lunes, la mañana. 
La resaca del domingo.
Y el desayuno en la cama.
Ella era.
Azul, y brillante, y loca.
el comienzo, el desenfreno.
era el pez, y también boca.
Ella era,
placer tierno, rojo y latente.
Alhambra, y toda Granada
y los colores, todos de Oriente.
Ella era.
Era secretos y verdades,
era loca, cuerda, y males.
lo era todo, y nada era.
Ella era.
y no siendo, fue más que nadie.
muriéndome yo, cuando ella nace.
no fue nada, y todo era.
Ella era.
Era.
Sólo era.
Y aún es.

miércoles, 1 de abril de 2015

Capítulo 5: Perge Mecum In Karelia

Toc, toc, toc.

La alborotada cabellera de mi hermano mayor, Nico, asoma por la puerta, seguida de sus ojos curiosos pero cansados, y una sonrisa triste.

-Pasa.

Nico camina, encorvado como siempre, como acomplejado por su altura, por mi habitación. Se sienta en la cama, a mi lado, y me quita los cascos de las orejas con cuidado.

Le miro a los ojos un momento, pero no le detengo.

-A veces el silencio también es necesario.-Me dice. Se tumba, cerca de mí, y los dos miramos al techo. Un techo blanco y frío, que noto algo más familiar, porque Nico está aquí. Entre nosotros hay complicidad, un silencio lleno de recuerdos, de secretos, de confidencias y miradas furtivas, de risitas tímidas y carcajadas limpias.

 Y por un momento, volvemos a ser los niños que fuimos varios años atrás.

-¿Te acuerdas de cuando nos escondíamos debajo del árbol de navidad, y mirábamos desde abajo sus ramas?

El recuerdo de aquellas tardes invernales al lado de mi hermano me arranca una sonrisa. Sí, las recuerdo muy bien, Nico. Cuando éramos tan pequeños que cabíamos los dos bajo aquel árbol, que nos parecía mítico, legendario,  y sentíamos que nos refugiaba de todo.

-Cómo olvidarlo…-Contesto.

-Cuando estabas allí conmigo, Sam, se me olvidaba todo. Era como si tú y yo, bajo aquel árbol, nos trasladáramos a nuestro mundo secreto, donde solo importaba jugar y estar siempre juntos, solo nosotros.
Se me vienen a la mente los momentos en los que Nico y yo nos escondíamos del mundo bajo el abrazo del árbol, jugábamos a irnos a otros universos, solo él y yo. Teníamos hasta una contraseña secreta, un conjuro, un par de palabras que nos enseñó nuestro abuelo hace muchísimo tiempo. Un par de palabras que lo significaban todo para nosotros, que lo eran todo.

Y yo ahora no las recuerdo.

Nico me mira, leyéndome la mente, y sonríe.

-Perge mecum…

-in Karelia.

Las palabras salen solas de mi boca, como premeditadas, para complementar ese hechizo nuestro. Y al instante una sensación de paz me inunda, y solo me apetece quedarme allí, con Nico, y volver a nuestra infancia, despreocupados.

-Todavía recuerdo la pataleta que pillaste cuando tuvimos que tirar el árbol.-Dice Nico, y casi puedo oír su sonrisa.

Yo sonrío y le miro, avergonzada.

-Con ese árbol se fue mi niñez, y nuestros mundos.

Noto que me mira, y le miro yo a él. Pensativo, levanta el dedo índice y lo coloca sobre mis labios.

-Estás muy, pero que muy equivocada. -Frunzo el ceño, extrañada ante la respuesta.- Lo único que se llevaron de nuestra casa aquel día fue un juguete roto, vacío. Un montón de piececitas que no tenían nada de especial.

-¿Cómo que nada de especial? ¿Es que lo que pasábamos allí no es nada para ti?

Él vuelve a poner su dedo en mis labios, y me manda callar.

-Eh, Sam, shh. No lo veas así. Aquellos momentos, tu niñez, y tu ilusión, todos se quedaron aquí,- Dice, poniéndome el dedo índice en el pecho.- Ellos nunca estuvieron atados a nada material, a ningún juguete. Nunca se fueron. Podríamos sacarlos de nuevo, si quisiéramos, tú y yo, bajo nuestro árbol.-Dice, mirando al techo.

Y yo sé que lo que está diciendo es una gran metáfora a nuestra situación. Da igual la ciudad, los amigos y la casa. Solo necesito a mi familia, y repetir aquellas tardes bajo el árbol, en cualquier otro sitio, solo gracias a nuestro hechizo, a nosotros.

Nico me sonríe con dulzura, después levanta la mirada al techo, y cierra los ojos. Su rostro, sereno, me transmite una paz que hacía años que no sentía.

Cierro los ojos, y tanteo en las sábanas, buscando la mano de mi hermano. Nuestros dedos se encuentran y noto su calidez como un bálsamo en mi piel. Aprieta mi mano, con dulzura, y yo siento que nada podría salir mal.

Y una calidez dentro de mí hace que aprecie a Nico más que nunca. Y que me odie por no haber sabido apreciarlo antes.

Pasamos un rato en silencio, donde sobran las palabras y bullen los recuerdos.

-Tienes que reconocer que la ciudad no está tan mal…-Me susurra, con complicidad.

Y yo me doy cuenta de que tiene razón. Da igual en qué casa estemos, a qué ciudad nos mudemos.  Solo necesito estar con mi gente, bajo mi árbol.

Y sonrío.










lunes, 30 de marzo de 2015

Capítulo 7: Autocontrol.

Cuando me despierto, me inundan los ojos un rayo de luz cálida, a través de las cortinas anaranjadas de la habitación. Me desembarazo de las últimas telarañas del sueño y me incorporo despacio, con una dulce sensación de agujetas en la parte de debajo de mi tronco.
¿Por qué tendré estas agujetas?
Y entonces, mis ojos se abren de golpe casi involuntariamente. Me quedo inmóvil en la cama, procurando no hacer el más mínimo ruido, y miro por encima de mi hombro derecho al chico que está durmiendo, plácidamente,  a mi lado.
Quién diría que es el mismo que horas atrás… el mismo que... me ruborizo, y no dejo de extrañarme por eso, pero enseguida sacudo esa sensación de mi mente, y me obligo a pensar en frío. Este es el chico al que tienes que matar, me digo. Eres Kira.
Sin embargo, permanezco mirándole, atrapado en las facciones de su rostro perfecto, blanquecino, casi enfermizo, misterioso. Me acerco muy, muy despacio hasta que de él solo me separan un par de centímetros, y percibo una leve cicatriz que cruza su párpado derecho. Apenas se nota, y sería imposible fijarse en ella a no ser que tuviera los ojos cerrados.
Dormido, L entreabre los labios, levantando levemente la barbilla había mí. Un mechón de su pelo azabache se desliza, silencioso, por su frente lisa y por delante de sus ojos.
No puedo evitar ponérselo detrás de la oreja con mis dedos, temblorosos y torpes.
Podría permanecer mirándolo durante horas…
Sumido en esta sensación de placer y apatía, cierro los ojos, aún frente a mi enemigo, y disfruto sin querer de este momento. Un momento después, al volver abrirlos, me encuentro con los suyos, negros, viscerales, fijos y enormes ojos.
Mi corazón lucha por salir de mi pecho, y noto la sangre subirme a las mejillas, pero aún así tardo en apartarme.
Y cuando lo hago, algo dentro de mí se muere.
Me siento en la cama de espaldas a él, con la respiración agitada y el sudor perlándome la frente y la espalda. Evito mirarle, aunque me muero de ganas de verlo, tumbado entre mis sábanas, casi tan blanco como ellas, con sus labios entreabiertos y sus ojos en frías llamas. 
Y entonces me delato a mí mismo. Por si no era suficiente el rubor de las mejillas y la agitación del cuerpo, noto que algo en mí comienza a calentarse. Y a erguirse.
Mierda, ahora no, joder. Pienso.
Me muerdo el labio y frunzo el ceño de la frustración. Solo espero que no lo note.
Oigo un sutil siseo de sábanas tras de mí, y rezo porque L no se asome y vea mi… reacción.
-Light.-De nuevo, su voz en mi nuca me eriza el vello de todo el cuerpo, y no hace que me baje la erección. –No deberíamos… ¿vestirnos?
Pone su mano, helada, sobre mi hombro. Entonces, inevitablemente, se me viene a la mente su imagen, agazapado detrás de mí, mordiéndome el cuello, desnudo, frío, pero caliente…
-Tienes mucha razón.-Resuelvo con rapidez. Deberíamos hacerlo… ya.
Continúo dándole la espalda, aunque noto la cadena de las esposas tensa a mi derecha, como llamándome desde el otro lado. Pero lo ignoro.
Me visto rápido, con la sensación de que L me observa. Ni siquiera sé si él se está vistiendo, o es sumamente silencioso.
Una vez vestido, permanezco de espaldas a él, incómodo.
-Light… ya puedes girarte.
Pero tengo miedo de que sea otra de sus trampas. Y de nuevo, no puedo permitirme que destroce mis planes. Mente fría, Light, mente fría.
-No hasta que salgas.
Oigo un silencio detrás de mí, y solo lo interrumpe la puerta, al abrirse. Siento un leve tirón de mi muñeca, y lo sigo de espaldas sin girarme, hasta que salgo. Ya fuera, sigo evitando cualquier contacto visual con él.
A partir de ahora deberá ser así. Tengo que acabar con él, tengo que acabar esto ya, y sé que cada vez me será más difícil.
Nos sentamos a desayunar en una mesa común, reunidos de nuevo todos los oficiales con nosotros. En la mesa reina un silencio incómodo, pero aún es más incómodo el silencio que hay entre L y yo. Actúo con normalidad, sin mirarle, ignorándole, completamente. No puedo permitirme las reacciones que él provoca en mi cuerpo, no puedo dejar que vuelva a pasar lo que pasó anoche, le estoy dando el control sobre mi cuerpo, y él no debe tenerlo. Yo lo tendré. Soy Kira.
No dejaré que controles mi cuerpo, L.
Y mucho menos mi corazón.

domingo, 22 de febrero de 2015

Capítulo 4: Número cinco.

Araño la pequeña mesa cuadrada en la que estoy sentada con mi bolígrafo Bic, distraída y empequeñecida en mi silla, en un rincón de mi clase. Mi nueva clase.
Noto todas las miradas sobre mí, mientras el profesor pasa lista. Pero no me importa. No siento ninguna intención de mostrarme simpática, sociable y mucho menos agradable. Esta vez no voy a darle a la gente lo que quiero. ¿Para qué esforzarme en socializar si en unos meses  volveré a marcharme?

Pongo los ojos en blanco.

Que le jodan.

-Blade.- Oigo que me llama el profesor, pero no quiero escucharlo. No levanto la vista si quiera. – Blade, Samantha Blade.-levanta el tono.

Levanto la mirada con pesadez y sarcasmo, y me obligo a responder.- Presente.

-Blade, en mi clase se sentará según el orden de lista. –Lo que me faltaba, compartir asiento.-Y por lo que veo, usted es el número cinco, así que deberá sentarse justo ahí,-dice, señalando un asiento vacío unas filas por delante de mí, al lado de una chica que me mira sin disimulo, con la cara poblada de pecas.

Paso unos segundos mirando al profesor, sin verlo. Al final, me rindo, y con pesadez, y siendo el centro de todas las miradas, me cambio de sitio, no sin antes dedicar una sarcástica sonrisa al profesor.

Éste sigue con su clase, ignorándome por completo. Yo vuelvo a entretenerme con mi bolígrafo Bic durante las tres horas siguientes, sin que los profesores noten apenas mi presencia.

Suena la alarma del recreo, y mis compañeros salen apresurados de clase, sin apenas mirarme, aunque no falta el típico baboso que te repasa con la mirada, de arriba abajo, y se relame. Baboso al que por supuesto, correspondo con mi bonito dedo corazón por delante.
J
usto cuando pensaba que todos se habían ido, e iba a sacar mi teléfono con disimulo, un ruido detrás de mí hace que me gire.

Mi compañera pecosa está ahí atrás, con su mirada fija en mí, y una estúpida e inocente sonrisa que casi me da arcadas.

-Hola Sam- Me saluda. Y me asquea solo la manera en que pronuncia mi nombre - .Te veo algo sola, ¿te apetece venir conmigo a la cafetería? Puedo enseñarte las instalaciones, y presentarte chicos, en este instituto no hay un gran catálogo, pero seguro que…

-Samantha, por favor.-La interrumpo.- Llámame Samantha.-No podía seguir oyendo “Sam” en boca de alguien que no fuera de mi vida en Brighton. –Y no, gracias, no necesito una ONG, puedes  irte.

La chica pecosa parece algo decepcionada, pero la decisión en sus ojos no se muere.-Venga, Samantha, ven.-Al ver que no me muevo, planta los brazos en mi mesa y se inclina hacia mí.-Me he propuesto que seas mi nueva amiga, y lo serás.-Ante esta ridiculez, intento ocultar una sonrisa medio sarcástica medio de tristeza, pero una sonrisa. La pecosa lo nota, y saborea su victoria.-Además, no sé si sabrás que está prohibido quedarse en clase durante el recreo…
~~~

-Así que Brighton.- Asiente mi nueva compañera, la pecosa Ana.- He oído maravillas de ese sitio, dicen que los tíos están para comérselos… -Siento unas  ganas irresistibles de decirle que hay uno que no, que hay uno que está pillado, que es mío. Pero me contengo. James ya no es mío. –Pero bueno, aquí tampoco están del todo mal. ¿Has visto alguno que te interese ya? Te recuerdo que soy una estupenda Celestina, solo escoge al que te guste y te lo consigo en un par de días…

Esta charla me parece de lo más estúpida y vulgar que he mantenido en mi vida. Hablar sobre chicos, después de todo lo que he pasado, a quién se le ocurre. Pero, de repente, un rostro cruza por mi mente, cogiéndome por sorpresa.

-Oye, Ana, sobre eso de los chicos…-Noto toda su dispersa atención centrarse en mí, con la curiosidad casi brotándole de los ojos.

-Suéltalo.

-No, no es nada, solo quería preguntarte si conoces a un chico que vive cerca de mí, es que no lo he visto por aquí en todo el día.

-¿Nombre?

-No lo sé… -Digo, bajando la mirada, avergonzada. A quién se le ocurre.

-Pues  entonces  vamos bien, chica. A ver, descríbemelo un poco. Edad, ropa, carácter, ¿hablaste con él? Dicen que las primeras palabras dicen mucho de un chico.

-Sí, bueno, pelo largo y negro, paliducho, desgarbado… tenía los ojos oscuros. Llevaba la capucha puesta, converse, hm… parecía tener nuestra edad.

-Unos diecisiete, entonces… hm. No sé, niña.-Ana se queda un rato pensativa, y no puedo evitar imaginármela buscando al chico entre miles de informes amontonados en archiveros, carpetas con nombres e imágenes, como la cotilla que parece ser. Intento ocultar una risita. –Ya sé, ¿fuma?

-Me ofreció fuego con el mejor Jack Daniel’s que he visto en mi vida.

Ana parece un momento pensativa, después, su rostro palidece y una sombra pasa por su mirada.

-¿Ana? ¿Qué pasa? ¿Lo conoces?- Era obvio que sí, pero su reacción era inquietante.

-Samantha, escúchame,- dijo, con una mirada de preocupación.- Ese chico no viene al instituto, ni lo verás en ningún sitio donde haya gente, ni de día. Ni siquiera tiene diecisiete como nosotras, tiene diecinueve. Es muy importante que te alejes de él, ¿vale?

Atónita, y sin comprender, no soy capaz de pronunciar palabra alguna, salvo una exclamación de sorpresa:

-¿Qué?

-Tú solo hazme caso. No hables con él, evítale, y haz como si nunca lo hubieras conocido.

Comienza a asustarme su reacción, pero decido hacerla caso y zanjar este tema, aunque la curiosidad me come por dentro.

-Vale, vale, lo pillo.

-Samantha, de verdad. Y, por encima de todo, no dejes que sepa tu nombre.

Esto último me confunde, pero asiento con seguridad fingida mientras suena el timbre de clase y Ana, de vuelta en su inocencia y simpatía, me arrastra de la camisa a nuestros pupitres entre el gentío.

~~~

A la salida de clase, Ana me acompaña hasta la puerta de su casa. Allí, me da dos besos.

-Ha sido un placer, Samantha, espero que seamos amigas mucho tiempo.- Su aspecto de niña buena ya no me incomoda tanto, incluso me transmite paz y se me contagia su inocencia. Le sonrío, o al menos lo intento, y antes de que entre en su casa, le digo:

-Oye, Ana, no hace falta que me llames Samantha. –Me mira, confusa.- Quiero decir… Sam está bien. – El rostro se le ilumina y sonríe abiertamente, después, se despide con un movimiento tímido de manos y cierra la puerta tras de sí.


Llego a mi casa tras un día agotador, y entro en ella, no sin antes mirar a ambos lados, solo por ver si el chico encapuchado está por algún sitio. Me decepciona, y a la vez me tranquiliza, ver que no, y me planteo lo que antes me dijo Ana. Quizá sea cierto lo que dicen de él, que no sale durante el día, que es peligroso. Y vale, es cierto que ese era su aspecto, (al menos antes de sentarse a hablar conmigo en el banco aquel), pero, ¿Cómo podía ser tan peligroso como para asustar tanto a alguien como Ana? Sin quererlo, acabé pensando en él, justo lo que le había prometido a mi amiga que no haría, y mi curiosidad no hizo más que crecer.

sábado, 14 de febrero de 2015

Capítulo 3: El Jack Daniel's

Mi familia y yo nos sentamos en silencio alrededor de una pequeña mesa de madera, redondeada y cálida, pero que a mí se me hace fría, demasiado pequeña,  incómoda.  La lámpara nos ilumina desde arriba, haciendo de nosotros algo parecido a un cuadro de Van Gogh, con sus mismas expresiones, rasgos duros  y tristes.

Solo se oía el tintineo de los cubiertos  en los platos, en un ambiente crudo y tenso, pero también cansado y triste.

Levanto la vista con disimulo para mirar a la familia en la que me he criado. EL foco cenital acentúa los rasgos cansados de mi madre, sus ojeras, sus arrugas, los profundos surcos que cruzan su frente, como huellas del tiempo, de la experiencia.

Mi padre, mientras, con el mentón bajo y los nudillos blancos, come, despacio, obviamente con la mente en otro lugar, preocupado y apretando los labios.

Las miradas de mi hermano y mía se cruzan, y noto como intenta ocultar sus ojos, rojos, hinchados, y acuosos.  Le tiembla el labio. Y ya ha empezado con su tic de mordérselo para parar el temblor que delata sus sentimientos. Va a llorar.

Durante un momento me veo reflejada en él, un niño con miedo que se da cuenta de que ha vivido engañado, metido en una burbuja, obstinado en salir de ella, y, una vez fuera, derrotado ante una realidad que le viene demasiado grande. Justo como a mí.
Subo a mi habitación tras una cena silenciosa, muda, y después de cerrar el pestillo, me refugio entre las sábanas.

De nuevo, me da un ataque de rabia, y me niego a aceptar mi realidad. Presa de la furia, y aún consciente de la inmadurez de mi reacción, salgo de la cama, silenciosa. Abro la ventana con cuidado y la cierro tras de mí. Me deslizo por el tejado, apenas alto, y salto al suelo, no sin cierto dolor de tobillos por la caída.  Me alejo de la que ahora es mi casa, sin saber muy bien qué rumbo tomar. Qué carajo, no tengo ni idea. En poco tiempo, llego a un parque. Me pongo la capucha y me siento en uno de los bancos que están sumidos en la oscuridad, por si acaso pasan por aquí los Civiles. Después de mirar a ambos lados, saco de mi bolsillo un Malboro Mentolado.  Ah, cuánto lo necesitaba.  Llevaba sin probarlos varios meses, pero hoy, lo necesitaba.  Con un leve titubeo, me lo coloco entre los labios, e intento torpemente encenderlo con un mechero barato, que apenas  tiene  gas, pero sirve para encenderlo.

Doy una calada profunda, y suelto el aire, cerrando los ojos con fuerza. 

-¿En serio? ¿Un mechero de marca blanca?-Suena una voz sarcástica, con un estúpido acento londinense, casi en mi oído.

Levanto la mirada, asustada, y casi pierdo el equilibrio. Un chico está inclinado, casi sobre mí, con una mirada curiosa y a la vez sarcástica, irónica e incluso prepotente.

-Ten, toma, prueba mi Jack Daniel’s, está hecho en París, con el mejor  gas del continente.-Dice el chico, sacando el mechero de plata de su sudadera, blanca y ancha, y lo enciende con un leve movimiento de 
muñeca.

Reacciono rápido, y aparto su mano de enfrente de mí.

-No necesito tu mechero de plata, imbécil. Lárgate.

Pero el chico no se mueve. Aprovecho, y me fijo más en él. Lleva converse, unos  vaqueros  rasgados , y la capucha sobre su pelo negro, largo y revuelto.  Una mirada desafiante y una media sonrisa, retándome.

-No estoy para bromas, chico. Enserio, lárgate.

Se sienta a mi lado, a una distancia prudente, incomodándome aún más. Me alejo con disimulo, pero él sigue mirando al frente, calmado.

-¿Problemas con tu churri?- Dice, despacio.

Le miro con cara de incredulidad, y le enseño el dedo corazón. Su única respuesta, una risa suave, que se me antoja incluso triste.

-Es la familia entonces.- Siento una puñalada de dolor. Ha dado en el blanco.

-A tí eso no te importa.-Digo, intentando sonar tranquila, evadiendo la realidad. –Ahora  vete y déjame terminar mi cigarrillo en paz.

-Si no quisieras  contárselo a alguien, ya te habrías ido.

Nada más oírlo, sé que tiene razón.  Me molesta que un desconocido me conozca más que yo misma. Y las palabras, ante un estímulo como éste, salen solas.

-Es mi jodida familia. Yo tenía una vida perfecta, ¿sabes? Tenía novio, amigas, y una alucinante vida social por una maldita vez. Y me lo han quitado. Me han hecho mudarme a este asco de barrio, solo para quitarme mi vida, ¿sabes  lo que me costó que James se fijara en mí? Lo han hecho solo para fastidiarme, lo sé. Los odio.-Termino, casi atropelladamente, con un suspiro de resignación.

No me molesto en mirar al chico. Siento su mirada en mí.

-¿Cómo puedes ser tan estúpida?-le miro, atónita. Su mueca es de asco, notable aún con su perfecta pronunciación, y su cara de incredulidad. -¿Sabes lo que daría yo por tener una  familia como la tuya?

De nuevo, un detonante para mí.

-¿Una familia como la mía? ¿Que te quita tu vida sin ninguna razón? Oh, sí, tómala. Toda para ti. –Digo, dando otra calada al cigarro entre mis dedos. 

-No, una familia que cuida de ti, que te protege y evita que la niña de mamá y papá –dice poniendo una estúpida voz de pito- sufra el más mínimo rasguño.  Enserio, ojalá supieras lo que tienes. Pero no lo sabrás hasta que lo pierdas.  Despierta, estúpida niña mimada. Ven a la realidad de una maldita vez.

Me deja anonada por su carácter enfurecido, , tanto, que apenas puedo moverme o reaccionar cuando veo que tira de su capucha hasta taparle los ojos,  y con los labios apretados, se da media vuelta y se marcha a paso ligero, quedando oculto entre las sombras.

Estupefacta, me quedo un rato en silencio, mirando a la nada, reflexionando sobre sus palabras, que para mí no tienen ningún sentido.

Así, el cigarrillo acaba por consumirse entre mis dedos,  y, perdida la noción del tiempo en aquel banco, decido volver a mi casa, a paso lento, aún reflexionando.

Ya en mi cama, me da por pensar una última vez en el encuentro con el extraño chico encapuchado.  No le doy muchas vueltas al hecho de que estuviera allí tan tarde, ni a que empezara a hablarme, probablemente él venía de casa de alguna chica y simplemente se aburría. Lo que no me deja dormir son sus palabras. Lo que ha dicho sobre mi vida… sobre mi “falsa realidad”… Y durante un momento no puedo evitar preguntarme si tendrá razón.

Los rostros de mi gente pasan por mi mente. James, mis amigas, la gente de mi instituto, mi gente, mi círculo… Y por último, veo a mi familia, ensombrecida por mi realidad idílica, con sus rostros cansados, sus miradas de tensión, de angustia, de rendición… Y detrás de ellos me veo a mí, ignorante, siempre metida en su burbuja, protegida de la realidad con una máscara de mentiras bonitas, de gente falsa. Todo ha sido una gran mentira.

Levanto la vista poco a poco, a medida que empiezo a ver las cosas de otra manera.

Cómo he podido ser tan ingenua.


Y me sumerjo en un sueño poco profundo, poblado de rostros confusos, realidades alternativas, y un Jack Daniel’s cuya mecha se acerca peligrosamente a mí.

sábado, 7 de febrero de 2015

Capítulo 2: Adiós, Brighton.



Giro la mirada por última vez al que ha sido mi hogar durante los últimos meses. Ahora es una casa impoluta, vacía, hueca. Justo como cuando llegamos. Solo que ahora no quiero dejarla, y meses atrás detestaba tener que hacer de ella mi hogar.
Subo la última de las maletas en el maletero de nuestro Land Rover, y cierro la puerta del coche tras de mí. Apoyo mi frente en el cristal, y noto su frío contacto.

Esto no es un sueño.                                                   

En el vapor que se impregna en la ventana dibujo una jota y una ese, de James y Sam. Y, sin querer, una única lágrima se me escapa de los ojos, fugitiva.

James no se lo tomó bien. Hace unas horas le llamé, para decirle que me iba, y que no iba a volver. Él colgó el teléfono, y se presentó en mi casa, solo para darse cuenta de que era verdad. Subió a mi habitación, pálido y con los ojos llorosos, y me abrazó fuertemente. Estuvimos lo que me parecieron horas abrazados. Después, me habló de promesas, de una relación a distancia, de que él estaba dispuesto a todo… pero no pienso hacerle pasar por esto. No quiero atarle a mí. Y se fue, y con él se llevó mi vida, que ya me parecía ajena, y toda mi fuerza.

El coche arranca con un ronroneo mudo, y comienza su viaje hacia una nueva vida. El sol me da en la cara, y hasta eso me resulta molesto. Hoy no debería brillar. No hay derecho, no es justo.

Delante de mí, escucho a mis padres, y oigo perfectamente cómo los tonos de sus voces se van incrementando, y el ambiente se carga de tensión. Más aún. Mi madre comienza a hacer gestos obscenos a mi padre, y éste, al volante, hace de sus maniobras trazos violentos, a la vez que ambos se sumergen en una discusión acalorada.
Pero yo no quiero saber nada, ni mi hermano, a mi izquierda, tampoco, así que me encierro en mis cascos y subo el volumen todo lo posible.

Durante el viaje, una balada de Guns and Roses relaja mis nervios, y me ayuda a dejar de pensar.

Horas más tarde, llegamos. Londres se abre ante nosotros como lo que se me parece a una enorme cloaca, llena de gente sonriente y vacía, llena de ratas. Mi nueva cloaca, mi nueva prisión.

Después de un rato callejeando, mis padres aparcan enfrente de una casa de ladrillo rojo, típica de la ciudad, con rejas negras y tulipanes en una maceta, dándonos una bienvenida que yo, al menos, no quiero tomar. Hogar, dulce hogar.

Mi familia y yo metemos todas las cajas y maletas dentro de nuestra nueva casa, que por dentro es acogedora, no muy grande y sencilla. Tampoco es demasiado importante, teniendo en cuenta que seguro que en unos meses volveremos a dejarla atrás.

Con la última de las cajas entre mis brazos, subo la escalera de la puerta principal, y de repente, oigo un crujido detrás de mi espalda.

Me giro en un acto reflejo, asustada, ya que a estas alturas de la noche es raro encontrar a alguien por la calle, o al menos era raro en Brighton.

Para mi sorpresa, no hay nadie. ¿O sí? Entre los arbustos consigo distinguir una figura ensombrecida, alta y esbelta, pero ni siquiera diferencio su género. Ésta, al ver que la miro, da un paso atrás, para quedar oculta de nuevo entre los árboles. Agarro la caja fuertemente y entro deprisa en casa. Cierro la puerta y me asomo, cuidadosa, a la ventana.

Parece ser que Londres está lleno de lunáticos.

Pero bueno, no es mi problema. Bastantes cosas tengo ya de las que ocuparme. Demasiadas cajas por abrir.